TEA reabre sus puertas y saca la vajilla buena

Ese otro mundo. El siglo XX en las colecciones TEA

15 de mayo 2020-28 de febrero 2021


Señores de TEA: no me hagan esto. Llevamos encerrados mucho tiempo y tenemos las retinas arañadas por Netflix.


No pueden, con esos magníficos ingredientes, que son las obras de sus colecciones expuestas y ese interesantísimo planteamiento sobre qué historia del arte nos cuentan estos fondos, hacer una propuesta expositiva como Ese otro mundo, el siglo XX en las colecciones TEA. Es como hacer una tortilla de caviar ruso ponerlo en pan de molde y comerte este sandwich delante…. de Netflix. En el propio texto sobre la muestra que se publica en su web puede leerseAsí lo que ahora nos resulta confortable en el espacio del museo resultó en algún momento desconcertante y recuperar ese estado de estupefacción es importante para desentumecer la mirada”. Pues, eso, desentumecer, desestabilizar, despertar, ¡des, des, des….! que, como digo, falta nos hace.


Aurora Fernández-Polanco llamaba al empoderamiento de la mera exhibición en su genial trabajo Otro mundo es posible ¿Qué puede el arte? en el que intenta prestigiar las palabras mera y exhibición, alegando que el arte que se exhibe también puede. Por poder, puede, pero no en este caso.


Harald Szeemann otorgó a Christian Boltansky el título de maestro de la exposición por su capacidad para crear, no solo espacios de reflexión, sino espacios de resistencia entendidos como aquellos capaces de deconstruirnos, de cuestionarnos. El francés realizó una colosal muestra en el Pompidou -salvada, in extremis, de esto del coronavirus, puesto que finalizaba el 16 de marzo- titulada Faire son temps de la que él mismo comenta: “Este lugar es como las iglesias en España. Fuera hace mucho sol. Entras en un lugar sombrío y hay un hombre con los brazos en cruz. Aunque no soy creyente, pasa algo. Te sientas diez minutos reflexionando, absorto. Y luego te hartas, sales y te vas a comer a un restaurante al sol”


Entré al TEA. Después, salí, al sol. Con distancias y geles de por medio fui a comer pero…. nada, no ha pasado nada. Y eso no puede ser. ¡Ay, esas maravillas que son las fotos de César Moro en la playa! Nada más entrar me prometían un bombazo que se me ha quedado en nada. Si en esa especie de marco rosa hubieran resaltado esas fotos en lugar de Sin título de Óscar Domínguez, otra historia, en sentido literal, se habría hilado. La verdad es que el planteamiento que proponen ofrece múltiples salidas pero la pregunta es ¿para llegar a dónde? ¿Hay algún sitio al que llegar o solo estamos deambulando? Opino que en este merodear que nos propone está su salvación, por donde esta muestra escapa y nos la cuela. Su punto débil -no se moja- lo transforman en un discurso acerca de la de subjetividad. ¡Bien jugado!


Considero sobrevalorada y sobreexplotada la secuencia cronológica como criterio expositivo y, si me aprietan, hasta incompatible con el arte hoy desde que Benjamin cuestionara esto de la Historia como historia lineal. Apuesto por una disposición de las obras más dialogante, que pueda acabar -lo echo mucho de menos- en bronca entre piezas. Creo que a las exposiciones se va estudiado de casa y que, in situ, debo encontrarme una propuesta que me aporte, me despierte. ¡Coño, aquí hay unas fieras peleándose! sería un gran halago para un comisario a pesar de que el mismísimo Jeff Koons, considera que un ¡wow! saliendo de la boca del espectador es el mejor regalo y reconocimiento para un artista. ¡Lástima! ¿Qué tal, junto a las fotos de los Becher, esas maravillas que tienen guardadas de su alumna Höfer sobre espacios culturales vacíos? No quiero, por no hacer pupa, recordar la muestra Mining de Museum de Fred Wilson en el Sociedad Histórica de Maryland en 1992, recontando la Historia… o algunas otras, más recientes, en la línea de la museología crítica.


A pesar de todo, considero fascinante la reflexión que proponen ¿Q historia del arte muestran estos fondos? No tengo ni idea de si es algo que pretendían desde TEA pero, personalmente, me permite reflexionar sobre lo ya mil veces reflexionado: eso llamado cubo blanco. Por mucho gel hidroalcohólico que se le ponga nunca ha sido aséptico ni lo será. Está infectado de lo que fuimos, somos y aspiramos a ser. La Modernidad ignoró esta situación y reclamó la autonomía para la obra de arte colocándola en ese espacio nada en el que la obra pudiera ser lo que es, ser ella misma. Lo dicho, nada.


La institución artística es adoctrinante en origen, siempre nos quiere llevar a algún sitio, quiere enseñarnos cómo tratar con las obras de arte (idea que, creo, se recogía mejor en el título originalmente pensado para esta exposición “Vimos cómo nos dijeron que viéramos. Colecciones TEA”). Decía Coco Fusco que lo que pone a la vista dice mucho sobre un museo, pero lo que no pone dice aún más. Y es que la propia selección de obras expuestas conforman una historia sobre la historia de la historia del arte que cuentan estas piezas. Me vale y justifica la visita. Mis retinas parece que mejoran gracias a la calidad de las piezas mostradas aunque aún, creo, debemos esperar un poco más -en una nueva nueva normalidad- para un mayor meneo intelectual.


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